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domingo, 24 de octubre de 2010

La Bestia - Cuento


Por: Juan Felipe Restrepo Mesa

-Todos los animales son lindos- , le dijo mirándolo muy seria con esos grandes ojos azules que coordinaban con el azul celeste de su vestido de lino de holán, botones de nácar, cuello de organdí y zapaticos de charol blanco decorados con unos curiosos apliques; la muchachita parecía más bien salida de una revista de figurines; un lazo de tul del mismo color del vestido sujetaba una mata de cabello color de oro.

–No hay animal feo-, continuó mientras sostenía en sus manos un ejemplar de la revista National Geographic frente al puesto de revistas de la caja de registradora del supermercado. Más le habría valido no haber abierto su boca insinuando lo desagradables que le parecían las hienas de la foto peleándose por un pedazo de carroña. -Tremendo sopapo me dio esta criatura-, -¿tendrá qué? ¿Escasos diez años quizá?, pensaba mientras continuaba esperando pacientemente en la fila de la caja registradora. Canceló unos chicles, una botella de agua, los recuerdos le anudaban los intestinos y le cortaban por segundos la respiración. Se montó en su camioneta, el parqueadero del supermercado estaba muy oscuro, encendió la maquina y se dirigió a la puerta de salida; la abundancia de luz le encegueció por unos segundos.

Un par de segundos le tomó aclarar de nuevo la vista, ante sus ojos se abría majestuoso el mar Caribe, azul, espumoso y violento. El pequeño cayuco impulsado por un viejo motor fuera de borda se bamboleaba frenético tratando de cruzar las olas de ese mar embravecido, atrás quedaba la boca del caño cubierta por una bóveda de manglar y palmeras; Prudencio entretanto le gritaba que se agarrara con fuerza a la borda de la embarcación; la mezcla de los vapores de la gasolina, el aceite quemado, el agua podrida de la sentina y el hedor a sanguaza y orín le embotaban los sentidos; los parches de fibra de vidrio que con el tiempo y el sol se habían cuarteado le producían urticaria en las nalgas, en los brazos y en las manos; la salpicadura de agua de mar y salitre le hacían arder los ojos, sin embargo, nada de eso pudo impedir que quedase absorto ante ese mar y la imponencia de la Sierra que poco a poco iba desapareciendo a sus espaldas.

…La nube de huevos embebidos en un mucílago verde comienzan a eclosionar y los embriones buscan desesperadamente la luz…

En las primeras horas de la tarde regresaron por el mismo mar, la misma faena, abriéndose paso a través de unas olas que rompían amenazantes a pocos metros de la playa; Prudencio como un lince al acecho escrutaba ese mar contando las olas, esperando el momento exacto para atacar, evitando así que la mareta les hiciera pedazos los tres palos que esos locos llaman canoa; los mismos gritos de Prudencio, el frenesí de los muchachos, el ardor por el salitre reseco sobre la piel, el hambre, el frío, el vértigo de la velocidad que adquiere la lancha con el impulso de la ola y de pronto el mismo caño de palmeras y manglares que dejaron esa mañana.
Una vez en el caño, con el motor apagado todo era silencio, la entrada a puro canalete, se escuchaban las águilas, los monos aulladores, los periquitos; una garza real abría el vuelo.
Atracaron en la barranca y todo el mundo a trabajar, éste bajó el motor, otro el chinchorro, el palangre y las dos neveras de icopor con el pescado; Mister los observaba, todos reían, hacían bromas, se conocían de siempre. Prudencio los vio nacer a todos, quizá aún hoy ha de guardar la esperanza de hacer de este puñado de adolescentes verdaderos hombres de mar, aunque algunos ya empezaban a desertar en busca de dinero fácil raspando hojas de coca en la Sierra.

…Las larvas comienzan un proceso de metamorfosis. Ya se mueven, brotan pelos, uñas y garras alrededor de una boca cubierta de mucosidad…

Una vez que todo el menaje quedó asegurado en la Ford de Juaquito se dieron un chapuzón en las aguas frescas del caño; -es hermoso- pensaba Mister mientras observaba ese rincón de selva cubierto de palmeras, juncos, y manglares.

A unos pocos metros del grupo y justo en frente de su casa, una niña de unos doce años lavaba su uniforme escolar en las aguas del caño. De rodillas sobre una piedra iba apilando el montoncito de ropa para que no se ensuciara con el barro, una a una iba estregando y escurriendo las prendas de su uniforme de colegio, que si la camisa, que si la faldita, que si las medias, que si las braguitas, una rutina que cumplía cada tarde, o de lo contrario no tendría ropa para ponerse al día siguiente. La niña, arrodillada sobre la piedra, con un ademán muy femenino retiraba el cabello de su cara con el envés de la mano para no untarse de jabón. Su cabello era castaño y su piel trigueña, -no parecen de por estos lados-, pensaba Mister, -han de ser los hijos de algún colono que se aventuró por estas tierras-. Sus dos hermanitos, menores que ella, jugaban a su lado sobre la barranca. Ambos estaban desnudos, uno de ellos sostenía con sus manos un cordel amarrado a un camioncito rojo de hojalata al que le faltan todas sus ruedas. El otro bañaba en el caño un pedazo de hilo nylon que Prudencio le había sujetado a una varita de Matarratón.

Prudencio echándole agua la invitó a bañarse con ellos, ella le sacó la lengua y le torció los ojos; -esta gente no respeta-, se dice Mister para sí, pero inmediatamente se da cuenta que es una broma que se han venido haciendo los dos desde que ella llegó con su padre a instalarse en estas tierras.

…las larvas se han ido transformando en diminutas bestias que se parecen a sus progenitores adultos, tienen tenazas, pelos, y garras; de sus bocas sale una sustancia pustulenta, mal oliente; poco a poco se agotan las reservas de alimento con que nacen y comenzarán a buscarlo, de no encontrar nada para saciar su apetito comenzarán a canibalizarse entre ellas mismas….

La niña con cuidado subió a la barranca y se acercó a mirar la nevera de icopor donde se encontraba el producto de la pesca; con una mezcla de curiosidad y temor acercó su dedo índice para tocar una de las langostas que aún permanecían vivas. Miró a Mister haciendo un gesto como de asombro y asco, él mostrándole el animalito le dijo que todos los animales eran lindos, -en realidad no hay animales feos- afirmó con mucha ternura.

A la mañana siguiente, en la escuela la niña hizo un dibujo de la langosta que Mister le había enseñado la tarde anterior, la maestra les explicó a los demás compañeritos que se trataba de un crustáceo decápodo, un primo lejano de las arañas. Algunas de las compañeritas del curso hicieron cara de asco y la maestra les dijo con mucho cariño:
-todos los animalitos son lindos…no hay animales feos-.

…Una de las bestias ya ha alcanzado el tamaño de un adulto, se despacha contra sus demás hermanos y está listo para seguir engullendo, en lo sucesivo ninguna cantidad de alimento será suficiente para saciarla…

Sobre la barranca pero más cerca al mar había otra cabaña. El lugar era precioso, totalmente cubierto de palmeras; los dueños de estas tierras solían arrendársela a turistas durante las temporadas de vacaciones, sin embargo, desde hace más de un año la ocupaba Don Ciro, comandante paramilitar que regentaba esta zona.

La caravana de burbujas se dirigió al pueblo, los carros regresaban llenos de peladas, Don Ciro estaba de cumpleaños y sus hombres habían recogido a todas las prostitutas de la zona para que les animaran la fiesta, lo estaban celebrando a lo grande: trago, droga, música estridente, sancocho de tres carnes y mujeres….

Entre tanto Prudencio, sus grumetes y Mister como cada tarde, dándose el consabido baño después de faenar todo el día en el mar.

….La bestia está enfurecida, nada parece saciar su apetito, de las barbas y tenazas penden aún restos de seres que fueron engullidos sin contemplación, líquidos pestilentes y gases nauseabundos emanan de su cuerpo, partículas de alimento son expulsadas por regurgitación, su tamaño es enorme y amenaza con destruirlo todo…

Al paso de las camionetas, todos permanecieron callados expectantes; el jolgorio se escuchaba a metros de donde estaban, la atmósfera se sentía muy pesada, habían sido muchos meses sobrellevando y conviviendo con el miedo y la vergüenza. Luego de unos minutos en el caño Mister notó que algo faltaba en un paisaje que ya le era familiar, esa tarda no estaba la niña que lavaba la ropa.

Otro vehículo bajaba por el camino del caño y se detuvo justo en frente de ellos. Del Campero se bajó uno de los hombres de confianza de Don Ciro diciéndole al conductor -espere compita pa´que vea la cara del jefe cuando le entregue el regalito que le llevo-…ambos soltaron sonoras carcajadas…

Prudencio, los muchachos y Mister parecían invisibles, a esos tipos no les importaba que ellos estuviesen ahí presenciando la escena….para esta gente simplemente no existían…

El hombre regresó al campero y detrás lo seguía una jovencita, era la niñita que lavaba la ropita en el caño, ya no llevaba su uniforme escolar, ni su atadito de libros y cuadernos; iba vestida y maquillada como una mujer aunque en su carita aún se adivinaba la inocencia de una niña de doce años. El vehículo arrancó estrepitosamente deteniéndose en la cabaña de Don Ciro. A los lejos continuaba la música estridente, la gritería y el jolgorio.

La noche se abrió paso entre los últimos arreboles de la tarde; una bandada de flamingos rosados cruzó el cielo y en pleno vuelo se enredaron en las notas de melancólicos vallenatos que salían de gigantescos amplificadores de sonido inundando todo el caserío. Poco a poco rendido por el cansancio de un día de mar Mister se quedó dormido arrullado al vaivén de su hamaca.

En el altar de piedra a la vera del caño estaba el mismo montoncito de ropa, la niña estregaba, escurría y apilaba cada una de las prendas de su uniforme para que no se ensuciaran con el barro, que si la camisa, que si la faldita, que si las medias, que si las braguitas, la misma rutina que cumplía cada tarde, excepto la del día anterior. Sin embargo, su mirada perdida en los remolinos que iba dejando el caño camino al mar Caribe, ya no era la misma. Su rostro ya no era el de una niña, en su cara se dibujaban los rasgos de una adultez prematura, una adultez que llegó sin anunciarse, sin dar aviso, con mucho dolor…

Mister se le acercó, ella lo miró con enojo y en tono de reclamo le dijo, -no señor…no todos los animales son lindos….hay uno muy feo-.

La bestia se ha reproducido de nuevo…

FIN

Medellín
26 de Diciembre de 2007

1 comentario:

  1. El pensamiento humano es como un espejo, en donde cada evento, refleja enésimas ideas; cual él las imágenes.
    Por eso, y no por anarquía, tenemos la capacidad de opinar heterogéneamente, con respecto a un hecho o situación en común.Entiendo también, que las opiniones son el reflejo, del angulo de observación.

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