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martes, 29 de mayo de 2018

Crónicas de Viajes: una tarde en Valencia

Por: Juan Felipe Restrepo Mesa (este relato está inspirado en hechos de la vida real, sin embargo, los personajes y los acontecimientos son producto de la imaginación del autor) La avioneta bimotor Cessna Cruzair despegó de Maiquetía con destino a Valencia. Mis compañeros de viaje eran los dueños de la empresa para la cual yo trabajaba y algunos ejecutivos de la misma, toda gente muy pesada de Valencia. LLegamos al Arturo Michelena a eso de las 11:00 de la mañana contando con el tiempo justo para las visitas que nos habíamos propuesto. La planta de proceso estaba ubicada en la zona industrial. Tomamos la Jorge Centeno y a eso del mediodía estábamos anunciándonos en la garita del parque industrial. Me llamó la atención el parecido que tiene Valencia con mi natal Medellín. Nuestros anfitriones nos advirtieron de la necesidad de acelerar el paso, en razón de que algunas calles de Valencia estarían cerradas dado que ese día el candidato Hugo Chávez se encontraba en dicha ciudad en campaña política; rondaba el año 1998. Terminado el recorrido por la planta, nos dirigimos a la sala de juntas donde nos esperaba suculento almuerzo. La conversación deliciosa, los apuntes de fino humor y los temas obligados: béisbol y política. Al fondo de la lujosa sala un televisor encendido en el telediario del mediodía, pasaba las imágenes de un hombre de tez trigueña, cabello crespo, boina roja, y un número importante de seguidores que lo vitoreaban. Nosotros en la sala de juntas no dejábamos de reírnos con los chistes que nuestros anfitriones hacían del pintoresco candidato. Que este personaje llegase a ganar las elecciones era considerado por nuestros ilustres anfitriones como un hecho muy lejano, una posibilidad muy remota, ni siquiera se vislumbraban signos que presagiacen cambios en el ‘status quo’ del sistema económico y político de la nación y prueba de ello era la dinámica de los negocios entre ambos países. Ya en horas de la tarde visitamos uno de los centros comerciales de Valencia con nuestros amigos. En torno a un café nuestros amigos nos contaban de esa afinidad que los venezolanos tienen y han tenido siempre con la ciudad de Miami, recuerdo que inmediatamente pensé en nuestros compatriotas barranquilleros. En la noche fuimos invitados a la casa de uno de los empresarios más prestigiosos de la ciudad. Una casa preciosa en uno de los barrios más elegantes de la ciudad de Valencia, muy parecido a barrios como El Recreo de Montería, el Campestre en Medellín, o Castillogrande en Cartagena. Después de una deliciosa cena la conversación giró en torno a los proyectos que acometerían entre sí las compañías colombianas y venezolanas representadas por estos caballeros; todos ellos me parecieron gente buena y decente, gente por demás muy generosa, doy fe de ello; tuve la oportunidad de conocer de cerca trabajadores y obreros rasos de sus compañías que nos colaboraron en nuestro país, llamándonos poderosamente la atención la devoción que sentían por sus patronos. Pasamos la noche en un hotel de Valencia y al día siguiente partimos para Caracas desde donde salimos para Cartagena. Hoy 14 años después casi todas estas personas se encuentran en un auto exilio en los Estados Unidos. Muchos de esos proyectos binacionales jamás se pudieron llevar a cabo y otros se manejan a distancia. Hoy los testimonios de amigos que vienen y van dan cuenta del sistema impuesto en Venezuela y del deterioro que ha sufrido la calidad de vida del ciudadano de a pié. Chavez engaña a America Latina, a Venezuela y a los venezolanos; los beneficios que supuestamente reparte entre el pueblo no son más que migajas y pasará a la historia por haber polarizado al país, por haber separado en orillas opuestas amigos y familias. Por tener en un auto exilio mentes muy brillantes, gente buena que por sus condiciones económicas tuvo la oportunidad de escapar a tiempo de la persecución política y paramilitar; los que se quedaron viven con una mordaza en la boca, muertos del miedo de lo que pueda deparar la noche, -grupos armados por el estado deambulan por las calles-. Cuando nos bajamos en el aeropuerto de Cartagena a nuestro regreso de Valencia, la brisa marina hizo volar por los aires una boina roja que una graciosa niña llevaba puesta y que caminaba delante de nosotros. Yo me agache la recogí, se la entregué y vi en sus ojos una mirada de inocencia y asombro. Ayer, mientras estupefacto veía la transmisión de las elecciones en Venezuela, y cuando la cámara de Telesur mostró a los delirantes seguidores del electo presidente, pude reconocer en una joven de escasos veinte años que alzaba su puño y gritaba vivas por Chávez, los ojos de esa niña doce años atrás. FIN