NAUTAS
Nautas, caminantes de la mar, pasajeros del viento, jinetes de las olas; por siglos han recorrido el orbe dominando el terror que produce ese azul inmenso del vasto oceano, la soledad miserable que se experimenta allá en la lejanía, sobre la cresta espumosa de una ola rompiente, en la boca misma de la amenzante tormenta que se mimetiza tras inmensas nubes de color gris catafalco. Juan Felipe
martes, 29 de mayo de 2018
Crónicas de Viajes: una tarde en Valencia
Por: Juan Felipe Restrepo Mesa
(este relato está inspirado en hechos de la vida real, sin embargo, los personajes y los acontecimientos son producto de la imaginación del autor)
La avioneta bimotor Cessna Cruzair despegó de Maiquetía con destino a Valencia. Mis compañeros de viaje eran los dueños de la empresa para la cual yo trabajaba y algunos ejecutivos de la misma, toda gente muy pesada de Valencia. LLegamos al Arturo Michelena a eso de las 11:00 de la mañana contando con el tiempo justo para las visitas que nos habíamos propuesto. La planta de proceso estaba ubicada en la zona industrial. Tomamos la Jorge Centeno y a eso del mediodía estábamos anunciándonos en la garita del parque industrial. Me llamó la atención el parecido que tiene Valencia con mi natal Medellín. Nuestros anfitriones nos advirtieron de la necesidad de acelerar el paso, en razón de que algunas calles de Valencia estarían cerradas dado que ese día el candidato Hugo Chávez se encontraba en dicha ciudad en campaña política; rondaba el año 1998. Terminado el recorrido por la planta, nos dirigimos a la sala de juntas donde nos esperaba suculento almuerzo. La conversación deliciosa, los apuntes de fino humor y los temas obligados: béisbol y política. Al fondo de la lujosa sala un televisor encendido en el telediario del mediodía, pasaba las imágenes de un hombre de tez trigueña, cabello crespo, boina roja, y un número importante de seguidores que lo vitoreaban. Nosotros en la sala de juntas no dejábamos de reírnos con los chistes que nuestros anfitriones hacían del pintoresco candidato. Que este personaje llegase a ganar las elecciones era considerado por nuestros ilustres anfitriones como un hecho muy lejano, una posibilidad muy remota, ni siquiera se vislumbraban signos que presagiacen cambios en el ‘status quo’ del sistema económico y político de la nación y prueba de ello era la dinámica de los negocios entre ambos países.
Ya en horas de la tarde visitamos uno de los centros comerciales de Valencia con nuestros amigos. En torno a un café nuestros amigos nos contaban de esa afinidad que los venezolanos tienen y han tenido siempre con la ciudad de Miami, recuerdo que inmediatamente pensé en nuestros compatriotas barranquilleros.
En la noche fuimos invitados a la casa de uno de los empresarios más prestigiosos de la ciudad. Una casa preciosa en uno de los barrios más elegantes de la ciudad de Valencia, muy parecido a barrios como El Recreo de Montería, el Campestre en Medellín, o Castillogrande en Cartagena.
Después de una deliciosa cena la conversación giró en torno a los proyectos que acometerían entre sí las compañías colombianas y venezolanas representadas por estos caballeros; todos ellos me parecieron gente buena y decente, gente por demás muy generosa, doy fe de ello; tuve la oportunidad de conocer de cerca trabajadores y obreros rasos de sus compañías que nos colaboraron en nuestro país, llamándonos poderosamente la atención la devoción que sentían por sus patronos.
Pasamos la noche en un hotel de Valencia y al día siguiente partimos para Caracas desde donde salimos para Cartagena.
Hoy 14 años después casi todas estas personas se encuentran en un auto exilio en los Estados Unidos. Muchos de esos proyectos binacionales jamás se pudieron llevar a cabo y otros se manejan a distancia.
Hoy los testimonios de amigos que vienen y van dan cuenta del sistema impuesto en Venezuela y del deterioro que ha sufrido la calidad de vida del ciudadano de a pié. Chavez engaña a America Latina, a Venezuela y a los venezolanos; los beneficios que supuestamente reparte entre el pueblo no son más que migajas y pasará a la historia por haber polarizado al país, por haber separado en orillas opuestas amigos y familias. Por tener en un auto exilio mentes muy brillantes, gente buena que por sus condiciones económicas tuvo la oportunidad de escapar a tiempo de la persecución política y paramilitar; los que se quedaron viven con una mordaza en la boca, muertos del miedo de lo que pueda deparar la noche, -grupos armados por el estado deambulan por las calles-.
Cuando nos bajamos en el aeropuerto de Cartagena a nuestro regreso de Valencia, la brisa marina hizo volar por los aires una boina roja que una graciosa niña llevaba puesta y que caminaba delante de nosotros. Yo me agache la recogí, se la entregué y vi en sus ojos una mirada de inocencia y asombro. Ayer, mientras estupefacto veía la transmisión de las elecciones en Venezuela, y cuando la cámara de Telesur mostró a los delirantes seguidores del electo presidente, pude reconocer en una joven de escasos veinte años que alzaba su puño y gritaba vivas por Chávez, los ojos de esa niña doce años atrás.
FIN
jueves, 4 de agosto de 2016
La Ciencia Ciudadana, un espacio alternativo de enseñanza y aprendizaje.
Por: Juan Felipe Restrepo Mesa
La verdadera dirección del desarrollo del
pensamiento no es de lo individual a lo social, sino de lo social a lo
individual.
L.Vikostky
En la sociedad del conocimiento se abren nuevos espacios desde donde el
ciudadano puede participar como un actor principal en proyectos de
investigación científica. Cada vez y con mayor frecuencia se escuchan los
verbos que son antecedidos por el prefijo “co-“: “co-crear, co-generar,
co-idear, co-prototipar”, significando
con ello que generar conocimiento ya no es exclusivo de unos pocos, y que en un
mundo interconectado, como en el que vivimos, la voz del ciudadano cobra fuerza
y se hace sentir. El presente ensayo busca dar respuesta a la pregunta ¿Qué tan efectivos resultan ser los nuevos
escenarios de Ciencia Ciudadana, como
espacios de enseñanza y aprendizaje para la generación de conocimiento científico
significativo?
Es en un escenario cómo el descrito, donde confluyen de un lado la
academia, representada en los estudiantes y los científicos investigadores, y
de otro, la comunidad, algunos académicos piensan que los ciudadanos son meros
recolectores de datos, que la academia pierde su tiempo, pues la calidad de la
información no admite el tratamiento científico y que los estudiantes no hacen
más que distraerse, perdidos en lo que se podría denominar “activismo
científico”.
La tesis que se pretende defender a lo largo de este ensayo es aquella
que afirma que en los encuentros de ciencia ciudadana el ciudadano no solo contribuye
a recoger información de calidad, aprende a aprender, construye capacidades,
adquiere nuevas habilidades y destrezas
que lo posibilitará para abordar problemáticas cada vez más complejas que le
aquejan a él y a su comunidad. De otro lado, al estar en contacto directo con el
objeto de estudio y comenzar un
proceso de reconocimiento, el ciudadano se empodera, y se apropia de este. Para
la academia resulta muy valiosa la participación ciudadana pues con los
dispositivos electrónicos con los que se cuenta hoy en día, el alcance de la
interconectividad y la precisión de las mediciones, ese ciudadano se convierte
en los cinco sentidos del científico experto, generándose en esa sinergia,
información de altísima calidad. Para los estudiantes, el participar en
espacios de ciencia ciudadana, les permite poder trabajar en investigación
aplicada, haciendo que su proceso de enseñanza y aprendizaje sea más pertinente
y auténtico.
En un artículo titulado “A Citizen Army
for Science: Quantifying the Contributions of Citizen Scientists
to our Understanding of Monarch Butterfly Biology” de Ries & Oberhauser
(2015) se reportan una cifras que no se pueden ignorar. El primer proyecto de Ciencia
Ciudadana sobre la mariposa Monarca, tuvo lugar en 1950, es decir, la Ciencia
Ciudadana no es un concepto nuevo. Los autores han estimado que a lo largo de
estos 65 años, 2011 voluntarios han invertido 72000 horas recogiendo información considerada útil para
el estudio de la mariposa Monarca, y de las 503 publicaciones que sobre este
organismo se realizaron entre 1940 y 2014, 17% utilizaron información cuya
fuente fueron proyectos de ciencia ciudadana.
¿Qué es la Ciencia Ciudadana?, el laboratorio de Ornitología de la
Universidad de Cornell, una de las instituciones más comprometidas mundialmente
con el estudio de las aves, es también una gran promotora de proyectos de
ciencia ciudadana, ha construido una interesante definición del término como la
“metodología de investigación científica donde colaboran los científicos y
voluntarios, para expandir (más no exclusivamente) las oportunidades de
recolección de datos y proveer acceso a la información científica a los
miembros de la comunidad. En otras
palabras, son proyectos científicos en los cuales, grupos de voluntarios se
asocian con científicos para hacer investigación aplicada.
Se le acusa a la Ciencia Ciudadana de producir información incompleta, poco
confiable, no científica, sin embargo, Strien, Sway & Arco (2013) en un
estudio sobre la calidad de la información hacen un llamado de atención sobre
publicaciones científicas que se basan en lo que han denominado “información
oportunista”, colectada sin protocolos estandarizados o sin un diseño de
muestreo explícito. Queda claro que el problema no está en la Ciencia Ciudadana
en sí misma, está en el diseño que los científicos hacen de su investigación y
de los protocolos a utilizar.
En un escenario como el descrito, uno de los roles del científico
experto, ha de ser el de curador tanto de los protocolos, como de las
metodologías a seguir y de las observaciones obtenidas, de tal suerte que la
información que se recabe a lo largo del proyecto, tenga la calidad para servir
de insumo en procesos de análisis y solución de problemas.
Uno de los objetivos del presente ensayo es proponer otro actor que
resulta ser determinante en el esquema de un proyecto de ciencia ciudadana: el estudiante en formación
de pregrado. Se sugiere para él entre
otras funciones, el rol de servir de enlace entre el científico y el
ciudadano. Asiste al científico experto,
pues habla y conoce el idioma propio de la ciencia, y a su vez interactúa con
el ciudadano, por ser él, en sí mismo, un ciudadano aún en formación
científica; es interesante notar como los roles se pueden intercambiar entre el
experto investigador y el estudiante, cuando este último sirve de maestro
asistiendo no solo al científico en su acercamiento al ciudadano, ayudándolo a
pararse en la realidad de la comunidad en estudio, también, ayudando al
ciudadano a comprender los conceptos especializados que manejan los científicos.
Si se mira este modelo desde la perspectiva histórica, se puede enmarcar
en lo que en su momento fue la idea educativa del modelo alemán. Consuelo
Gutierrez en su ensayo “Los modos de ser universidad y su comprensión del
concepto de formación”, permite analizar el modelo de Ciencia Ciudadana a la
luz de algunos de los rasgos más distintivos de este paradigma histórico: para
el modelo alemán la Universidad según la expresión gráfica y musical de Georges
Gusrdorf, es la de una “orquesta interdisciplinada” y según Guillermo de
Humbolt
En
la universidad el estudiante no existe para el profesor ni existe para el
estudiante: ambos existen para la ciencia. La presencia y la cooperación de los
alumnos es parte integrante de la labor de investigación, la cual no se
realizaría con el mismo éxito si los estudiantes no secundasen al maestro.
Finalmente, para Humbolt, “la
investigación es función universitaria, y la formación de la persona en si
misma o Bildung, viene en paralelo
con el Ausbildung, concerniente a la
formación de la persona para el servicio.” No se puede perder de vista que en el modelo de ciencia
ciudadana se cumple tres funciones que tienen un peso específico equivalente,
producir nuevo conocimiento, formar al
estudiante y al ciudadano, y solucionar un problema real que afecta al
ciudadano.
El modelo de Ciencia Ciudadana desde las miradas de las teorías de
aprendizaje se revela como una banda transportadora que con Freire, lleva al
ciudadano de ser ‘objeto’, a convertirse en ‘sujeto’ consciente y activo. Este
proceso transformador que posibilita el ejercicio de la ciencia ciudadana, se
lleva a cabo en todas las dimensiones del ser, en sus relaciones con el mundo
, con el resto de las personas, con la
sociedad, con las estructuras, como lo señala Pepa Franco (2008). Franco nos recuerda que Freire distingue
cuatro etapas de evolución de la conciencia: La conciencia intrasitiva, como la
forma de conocer imperfecta e incompleta, escapándose muchos fenómenos de la
realidad y de las interconexiones profundas entre ellos. En este punto el mundo
es reducido, el individuo carece de una actitud crítica. Luego aparecerá lo que
Freira denominó, la conciencia transitiva. Las personas comienzan a hacerse
sensibles a otros problemas que los puramente vitales. Aparece posteriormente, la
conciencia ingenua, y una interpretación simplista de los problemas, todo
tiempo pasado fue mejor. Dependiente de otros, de las figuras de autoridad.
Freire propone como un horizonte de llegada para esa banda transportadora, la
conciencia transitiva crítica, la que solo es posible en el seno de una
sociedad “abierta”, una en la que el individuo sustituye las explicaciones
míticas por las causas verdaderas de las cosas y los acontecimientos. Freire,
nos provoca cuando señala que la única forma valida de ayudar al sujeto a que
‘emerja’ de su situación no-humana consiste en hacerlo pasar de la conciencia
intransitiva, a otra transitiva ingenua, y de esta a la conciencia crítica, y
es precisamente, a través de ejercicios de Ciencia Ciudadana que se puede
lograr de manera más expedita ese tránsito.
Con Vigotsky, se puede afirmar
que el modelo de la Ciencia Ciudadana, tal y como se está planteando, brinda al
estudiante de pregrado la oportunidad del desarrollo, en un esquema netamente
de interacción social. Están presentes el papel formador y constructor. El
experto hace las veces de maestro que traza la línea de la zona de desarrollo
próximo. Durante el proceso se darán situaciones en las que el experto comienza
la solución, y el estudiante la completa, como por ejemplo, en la redacción de
protocolos de muestreo, en la construcción de formatos, en la elección y uso de
herramientas, en la interpretación de los datos, en la elaboración de los
informes. En todos los casos habrá un elemento fundamental presente, la
motivación del estudiante por aprender del experto y por servir a la comunidad.
Franco en relación con la obra de Vigotzky, nos recuerda que la educación no es
un proceso que culmina con el aprendizaje, va más allá, considera los
desarrollos, por eso el modelo de ciencia ciudadana no puede ser visto con
desdén, como un modelo más, en su lugar debe ser vista como una gran
oportunidad de desarrollar en los estudiantes competencias sociales, a través
del servicio que prestan a las comunidades, coadyuvando en la solución de
problemas reales; lo que se conoce en educación como el principio de
pertinencia y de autenticidad.
Para el experto, el esquema ofrece una oportunidad insuperable de educar
desde sus saberes. Esos saberes que ha construido con gran esfuerzo a lo largo
de su trayectoria como investigador, y que a través de un ejercicio de ciencia
ciudadana pone al servicio de unas comunidades en el ámbito local, nacional o
mundial. Educa desde el ejemplo, como modelo a seguir para los estudiantes que
participan del ejercicio. Educa desde el liderazgo que ejerce en las
comunidades, coadyuvando a que se operen procesos de transformación del sujeto y de su
comunidad, convirtiéndose en individuos más críticos, empoderados y
participativos.
La Doctora Marie Studer, experta en Ciencia Ciudadana de Encyclopedia of
Life, nos plantea cuatro niveles de
ciencia ciudadana en los cuales es posible clasificar cada proyecto. Estos se
organizan por niveles de complejidad, siendo el más básico el “Crowdsourcing”.
En este primer nivel el ciudadano participa como recolector de datos. El uso
cada vez más frecuente de teléfonos móviles inteligentes, han posibilitado que
un sujeto, desde cualquier lugar del mundo, conectado a una señal de internet,
pueda transmitir fotografías en alta definción, georefenciar un determinado
sitio, y un sin número de sofisticadas aplicaciones más, disponibles de manera gratuita en las tiendas
virtuales de los proveedores de tecnología. El segundo nivel en complejidad,
que plantea Studer (2016) se conoce como “Distributed Inteligence”, término que
aún no cuenta con su equivalente en el Castellano (Inteligencia Distribuida, N.
del T.), en el cual los ciudadanos ‘contribuyen’ con interpretaciones de la
información en el plano más básico. El tercer nivel de complejidad es
“Participatory Science”, (Ciencia Participativa, N. del T.), en el cual los ciudadanos ‘colaboran’ en la definición del problema y en la
recolección de datos. En el cuarto nivel, ‘Extreme’ (Extremo, N. del T.), la
comunidad participa activamente en la definición del problema, en la
recolección y análisis de los datos y en la co-creación de la solución a los
problemas identificados.
De vuelta al artículo de Ries y Oberhauser (2015) sobre las mariposas
monarcas, un acervo investigativo de más de 70 años, se puede decir sin ambages
que la ciencia ciudadana ayudó a los científicos a resolver uno de los grandes
misterios de la biología, respondiendo a la pregunta ¿Qué le sucede a las
mariposas Monarcas durante el invierno?; en años recientes la ciencia ciudadana
ha hecho importantes aportes en materia de dinámica de poblaciones y en el
estudio de las migraciones. Es incuestionable el valor que ha tenido para la
ciencia la participación de la ciudadanía en el desarrollo de este tema en particular,
y en muchos otros temas tan variados como la ornitología, la botánica, la ecología,
la medicina, la geografía, la aeronáutica espacial, en la astronomía, entre muchísimos otros. Recientemente, en el
departamento de Bolívar, más de 35 instituciones educativas de la básica y la
media, adscritos al programa de ONDAS
Colciencias (*) , se unieron en red, en el marco del proyecto piloto Expedición
BIO Bolívar, y utilizando plataformas tecnológicas del tipo web 2.0, como
EOL.org y Inaturalist.org, se dieron a
la tarea de levantar inventarios de flora y fauna alrededor de sus
instituciones. Exploraron los saberes ancestrales de sus localidades y
levantaron perfiles históricos de sus comunidades. Como resultado de este
esfuerzo hoy se tiene una colección de flora y fauna, alojada en la Internet (http://www.inaturalist.org/projects/expedicionbio-ondasbolivar)
con más de 310 observaciones y 156 especies identificadas, un proyecto que tuvo
una duración de cuatro meses, y se llevó a cabo con apoyo del sector público y
privado.
Ha quedado plenamente demostrado que la Ciencia Ciudadana se abre paso
como un nuevo espacio válido de Enseñanza y Aprendizaje, es una metodología de
investigación aceptada y reconocida hoy por hoy, la efectividad de sus
producciones dependerá de un buen diseño experimental como en cualquier otra
modalidad de investigación. Es una herramienta poderosísima en procesos de
transformación social y construcción de ciudadanía. Se hace necesario
comenzar a sistematizar las experiencias
de ciencia ciudadana para hacer un acervo de buenas prácticas. Se propone desde
esta reflexión, desarrollar modelos replicables, que se puedan implementar y
que garanticen resultados exitosos de transformación social. Se propone además
crear colectivos y asociaciones de ciencia ciudadana y que se implementen en
las instituciones de educación superior, asignaturas, cursos de
especialización, maestrías y doctorados, en materia de ciencia ciudadana.
Para cerrar este ensayo una
bella frase de Lev Vigotsky:
“Si damos a los estudiantes la posibilidad
de hablar con los demás, les damos marcos para pensar por sí mismos.”
Referencias
The Cornell Lab of Ornithology
(2016). Recuperado de http://www.birds.cornell.edu/
Franco, Pepa (2008). El Aprendizaje de las personas adultas: Teorías de
Aprendizaje. Universidad de Alcalá – Instituto Sindica de Cooperación al
Desarrollo. Máster en Formación de Formadores Sociolaborales. Red de Escuelas
Sindicales.
Gutierrez, C. (2008) Los modos de ser universidad y su comprensión del
concepto de formación. www.javeriana.edu.co
Jordan, R., Crall, A., Gray, S., Phillips, T., & Mellor, D. (2015).
Citizen Science as a Distinct Field of Inquiry. Bioscience,65(2), 208-211.
RIES, L., & OBERHAUSER, K. (2015). A Citizen Army for Science:
Quantifying the Contributions of Citizen Scientists to our Understanding of
Monarch Butterfly Biology. Bioscience, 65(4), 419-430.
doi:10.1093/biosci/biv011
Studer, Marie (2016). Bioblitz, Environment Education Empowerment Action.
En Mourra, V, III Bioconteo de las Ciénagas de la Virgen y Juan Polo. Fundación
Ecoprogreso. La Boquilla, Corregimiento de Cartagena de Indias D.T. y C.
(*) El Programa
Ondas es la estrategia con la cual Colciencias fomenta una cultura de la
Ciencia, la Tecnología y la Innovación en la población infantil y juvenil, en
especial en la escuela básica y media.
sábado, 3 de noviembre de 2012
La repugnante pócima de Paico Por: Juan Felipe Restrepo Mesa
..“Estos niños andan como zurumbáticos”, decía Ursula. “Deben tener lombrices”. Les preparó una repugnante pócima de Paico machacado, que ambos bebieron con improvisado estoicismo...” (Capítulo II, Cien años de soledad)
Sin pretender abusar ni aburrir con tecnicismos científicos y a riesgo de despertar la ira de la sagrada inquisición, quisiera ahondar en este tema del Paico que me ha parecido un detalle interesantísimo de este segundo capítulo de Cien años. Paico es el nombre común de una planta herbácea que pertenece a la Familia de las Chenopodiaceas; quizá todos hemos escuchado hablar de una parienta cercana, la quinoa (o quinua). Son dos los hechos que me han llamado la atención y es que dicho Paico (Chenopodium ambrosoides) crece en alturas andinas o en regiones secas, característica bien disímil de nuestro entrañable Macondo. Con lo cual, las semillas, que es de donde se extrae el aceite de quenopodio, remedio para los gusanos intestinales (Pérez Arbeláez L, 112-113), fueron obtenidas o bien de pobladores de la Sierra, o quizá Ursula las hubiese recolectado durante el paso por la Nevada, en su éxodo del pueblo natal. En definitiva, las plantas de esta familia están más relacionadas con los Andes y con la región del Perú que con los alrededores de la Ciénaga Grande; citando al mismo autor, el nombre Paico se deriva del Aimará, “lengua de los indígenas ribereños del lago Tititaca”.
El otro asunto que me interesó fue la dosis aplicada del remedio casero y tener una idea de la desparasitada que le pegó Ursula a sus dos ‘pelaos’; Hernando García Barraga en su libro Flora Medicinal de Colombia sugiere dosificar el aceite de quinopodio en 5 cápsulas de 8 gotas cada una, tomadas “en tres sesiones con una hora de intervalo, en ayunas, y seguido de un purgante de Sulfato de Magnesia, tres horas después de la última cápsula”. El mismo autor señala que el aceite de quinopodio es una de las mejores medicinas en las anemias causadas por parásitos.
“...y se sentaron al mismo tiempo en sus bacinillas once veces en un solo día, y expulsaron unos parásitos rosados que mostraron a todos con gran júbilo....”
Bibliografía:
García Barriga, Hernando (1974). Flora Medicinal de Colombia. Tomo I. Instituto de Ciencias Naturales. Universidad Nacional. Bogotá. 561 p.
Gentry H. Alwyn. (1996). A field guide to the families and genera of Woody Plants of Northwest South America. The University of Chicago Press. 895 p.
Pérez Arbeláez Enrique (1975), Plantas medicinales y venenosas de Colombia. Hernándo Salazar, editor, Medellín. 295 p.
domingo, 23 de septiembre de 2012
NAUTAS. Uno de nuestros primeros encuentros
De mi niñez evoco uno de mis primeros encuentros con ese mar furioso, salvaje pero a la vez fascinante. La Wahoo, enorme, tensando el sedal; La chicharra del carrete como diana, dando toque de “A LA CARGA”. Los pies descalzos, enredados en un amasijo de cables, nylon y mangueras que yacen en el piso. La sanguaza y el gasoil danzan en la sentina al vaivén de las olas, reflejando colores iridiscentes. De repente una fuerza hercúlea me hala por los aires, reclamado por el mar. En los ojos de mi padre asombro ante la inesperada riposta de la naturaleza que le arrebata a su hijo. Pescador y pescado, confundidos en un clinch, no se sabe cual es cual. Ya en el aire y a punto de caer de cabezas en el azul infinito, el brazo salvador del gordo Peláez me hace por el arnes, a tan solo un pelo de la muerte.
lunes, 23 de julio de 2012
De la Patagonia a Nuqui - 2a entrega
Al encuentro de la Ballenas - Bitácora de Viaje
Por: Juan Felipe Restrepo Mesa
Cuando la puerta del avión se abrió sentí el aire cargado de humedad y pude ver la majestuosidad de la selva que empieza ahí mismo donde termina la arena de la playa. El vuelo a Bahía Solano desde el aeropuerto Olaya Herrera de la ciudad de Medellín dura 45 minutos aproximadamente. Dejando atrás La Cordillera Occidental Colombiana, la mayor parte del vuelo se hace sobre una inmensa sabana verde, atravesada por un serpenteante río Atrato. Mi padre solía bromear diciendo que si uno se caía en esa selva, no volvía a aparecer -“ni en la última página del periódico”-, así es la selva del Chocó Colombiano, densa, verde y agreste, uno de los lugares donde más llueve en el mundo.
Mis compañeros de viaje eran mis mejores amigos del colegio, juntos habíamos terminado el curso de buceo con tanques, y como ya habíamos cumplido los catorce años, mis papás nos permitieron viajar solos a pasar las vacaciones de mitad de año en la cabaña que tenemos en Bahía Solano. Rodolfo y Ana que han sido por años nuestros mayordomos y son personas en quienes mis padres tienen puesta toda su confianza nos esperaban en el aeropuerto. Rodolfo nació en Piñas y desde que tiene uso de razón ha navegado las turbulentas aguas del Océano Pacífico Chocoano. Ana, su mujer, ha trabajado desde niña con mi familia, ella me cuenta que fue mi abuelo, quien salvó su vida, cuando recién nacida junto a su madre fueron presa del paludismo y su abuela, la vieja Yoya la daba ya por muerta. Su madre no corrió con la misma suerte y murió víctima de las altas fiebres. Los antepasados de Rodolfo y Ana fueron esclavos que llegaron de África.
Mientras veía por la ventana del avión aquella mañana de Junio, pensaba en las palabras que mi padre me dijo mientras me subía al Aero-Commander bimotor que nos llevaría a Bahía. “Hijo, autonomía y responsabilidad son dos hermanas que siempre andarán juntas tomadas de la mano”. Lo que mas nos entusiasmaba a mis amigos y a mi, era el hecho de poder hacer avistamiento de Ballenas Yubartas, que por esta época del año arriban a las costa Pacífica a aparearse. Quince días de aventuras, pesca con Rodolfo, caminatas por la selva, inmersiones de buceo, y como si fuese poco, degustar las deliciosas comidas que nos haría Ana y en las noches escuchar las historias de la abuela Yoya, mientras fuma graciosamente su tabaco.
El día amaneció nublado como es costumbre en esta región del país, un leve aguacero refrescaba un poco el bochorno del ambiente; ansiosamente esperábamos en la playa a que Rodolfo terminase de preparar la lancha para irnos de pesca. En las mañanas la marea del Pacífico hace que el mar se retire casi un kilómetro de su distancia habitual, con lo cual queda al descubierto una gran cantidad de fauna marina, cangrejos azules, pececitos de colores y erizos de mar entre otros permanecen atrapados en pequeñas charcas, hasta que la marea vuelve a subir; hay cuatro cambios de marea de seis horas cada uno.
Por fin salimos de pesca. Desde que tengo uso de razón he tenido esa misma agradable sensación cuando se aceleran los motores, la brisa marina me inunda los sentidos y mi corazón late con todas las fuerzas. Lanzamos los cordeles al mar mientras una bandada de gaviotas surcaba el cielo y una manada de delfines moteados nadaba a toda velocidad a nuestro lado, saltando, dando volatines en el aire. Las varas se tensaron, y mientras doblábamos alrededor de Los Vidales, formaciones de rocas ígneas que en la mitad del mar como centinelas protegen la bahía, el chirrido del carretel nos anunciaba que un gran pez había mordido el señuelo y que el almuerzo venía en camino. Nuestra costa Pacífica es muy rica en pesca, por ser bañada por ramales de la corriente de Humbolt y es de esperar que toda presa que capturas sea una pieza de gran tamaño. Esta vez no fue la excepción y una Sierra Wahoo de metro y medio de largo casi nos saca a mis amigos y a mi del bote, de no ser por los cinturones de seguridad que nos mantenían sujetos a la lancha; Rodolfo muerto de la risa nos amenazaba con cortar el sedal si nos dejábamos ganar la pelea del animal. Abelito su hijo, de nuestra misma edad, se alistaba con un garfio a izar en la borda de la embarcación tamaña fiera; casi una hora de pelea nos dejaron exhaustos, decidimos entonces regresar a casa. La Wahoo terminó en la olla de Ana; degustamos el suculento almuerzo con patacones, arroz con coco, y medallones de Sierra sin imaginar siquiera que sería la última comida decente que tendríamos durante los siguientes ocho días.
El plan que teníamos para la tarde era bucear en el bajo “Galatea”; un cantil de unos sesenta pies de profundidad a unos treinta minutos de la cabaña. Cuando nos disponíamos a organizar los equipos de buceo, Abelito nos informó que Rodolfo se había tenido que ir a hacer una diligencia al pueblo y tendríamos que posponer la buceada para otro día. Lucas y Juancho se disgustaron y para ser honesto yo también, pues estábamos desesperados por meternos al mar, decidimos tomar el bote e ir nosotros con Abelito, al fin y al cabo, era a tan solo 30 minutos de la casa y ¿qué nos podría pasar? Una extraña sensación me recorrió mi cuerpo pues sabía que estaba cometiendo un grave error pero me negaba a reconocerlo. Encendí los dos motores, recogimos el ancla, y enfilamos la proa en dirección a “Galatea”.
Todo ocurrió con mucha rapidez; los motores se detuvieron enredados en un trasmallo, la ola nos golpeó de popa, la batería hizo corto, hubo una chispa y hasta se intentó formar un incendio que sofocamos rápidamente con el extintor de la lancha. Ninguno de nosotros tenía ni la más remota idea de cómo hacer funcionar de nuevo los motores y como tampoco teníamos electricidad la radio del bote estaba fuera de servicio. Los celulares tampoco funcionaban pues en esa región del país la telefonía celular es aún muy precaria; así que ahí estábamos cuatro adolescentes, a la deriva y en mitad del mar.
El único equipo que funcionaba era el GPS (Sistema de Geo Posicionamiento Global) que por ser a baterías no se dañó con el cortocircuito, éste me recordaba segundo a segundo que estábamos siendo arrastrados cada vez más lejos de casa hacia mar adentro. En mi mente aún resonaban los consejos de mi papá antes de montarme en el avión: “Manuel, antes de tomar cualquier decisión, piénsalo bien por lo menos tres veces”, y claro mi testarudez ni siquiera me permitió considerar los riesgos de tomar el bote sin permiso y sin Rodolfo. La tarde fue dando paso a la noche; no cesaba de llover, acurrucados nos acostamos en la proa de la lancha cubriéndonos con la carpa y un plástico que Rodolfo utilizaba para tapar los motores.
Me arrullé recordando una historia que la abuela Yoya nos contó la noche anterior, acerca de cómo su padre, el viejo Anastasio, cuando era un niño, había sido salvado de morir ahogado en el mar por una manada de ballenas Yubartas, y nos decía qué como era una persona muy buena y de noble corazón las ballenas le hablaban, y una de ellas, la que llamaban Caspian, le dijo que había sido muy valiente y que jamás lo iban a olvidar. Mis amigos y yo no hicimos más que burlarnos esa noche de lo absurdo de la historia, pero en medio de ese mar oscuro y bajo la inclemente lluvia, añoraba con todas las fuerzas de mi corazón que esa historia fuese cierta y que un grupo de ballenas viniera a salvarnos.
Lo de menos era el agua potable pues en el Pacífico no para de llover, ni la comida, pues los peces se saltaban dentro de la embarcación, lo preocupante era que la corriente nos seguía arrastrando hacia mar adentro a toda velocidad y en un par de días estaríamos frente a Nicaragua o El Salvador.
Pasó el segundo día y ni un barco ni un avión; a nuestro alrededor se observaba un mar de color café con toda suerte de objetos flotando en él, ramas de plátano, suelas de zapato, un pedazo de sombrilla, bolsas plásticas, una gaviota se erguía en lo que parecía una bacinilla y troncos gigantescos; decidimos pescar y Lucas atrapó un Mahi mahi. Lo subimos al bote, le quitamos las vísceras y nos lo comimos crudo. En baldes habíamos recogido suficiente agua dulce y además no había parado de lloviznar. En la noche cesó la lluvia y el cielo se despejó, jamás habíamos visto tantas estrellas, era verdaderamente hermoso. En el mar un fenómeno aún más increíble, millones de pequeños micro organismos planktónicos bío-luminiscentes hacían que la lancha pareciese suspendida en el cielo.
Mis amigos se durmieron y yo me quedé sumido en mis pensamientos sentado en la borda de lancha cuando sentí a mis espaldas un estruendo acompañando de surtidor de agua, era una gran ballena Yubarta justo al lado de nuestra embarcación. Era tal su tamaño que hacía ver nuestro bote como una pequeña cáscara de nuez. Por un instante nuestras miradas se cruzaron y en sus ojos pude ver la misma sensación de honda preocupación que me embargaba a mí en ese momento. Permanecimos uno al lado del otro por espacio de una par de horas, incluso me permitió que con mi mano rozara su enorme cabeza. Luego desapareció y yo me acosté con mis compañeros.
Al día siguiente, el segundo, cuando apenas comenzaba a despuntar la mañana, a lo lejos, como a unos 100 metros pude contar unas diez ballenas jorobadas. Parecían desorientadas, sin saber a donde ir, y lo que más nos llamó la atención es que todas nadaban en torno a una de ellas que parecía en problemas. Remamos con todas nuestras fuerzas y cuando llegamos al sitio efectivamente una de ellas estaba enredada en una especie de red sujeta a tramos de cables de acero; nosotros nos pusimos los equipos de buceo y nos sumergimos pero ya era demasiado tarde, la ballena había tragado mucha agua y prácticamente estaba muerta, pude reconocer el animal que me acompañó por dos horas la noche anterior y me sorprendió como intentaba por todos los medios mantener a flote al animal atrapado. Pudimos constatar que eran todos machos. Con nuestros cuchillos tratamos de liberar la cola del animal, pero ya no teníamos tiempo, y la vimos exhalar por última vez. Nuevamente los ojos de la ballena y los míos se cruzaron y pude ver la tristeza que la embargaba y si se me permite, creo que la vi llorar.
De vuelta en el bote nos acurrucamos en la proa a esperar que amainara un pertinaz aguacero. En la tercera noche de naufragio la ballena Yubarta volvió a acercarse a nuestro bote, sentí un impulso de meterme a nadar con ella, me puse la máscara de buceo, el snorkel y las aletas y me sumergí a su lado, su enorme cabeza me superaba en tamaño, me sostuve en su costado y creo que así estuvimos por un largo rato. –“Yo creo que estas perdido”- le dije, -“al igual que nosotros, estamos todos fuera de curso”-. Ella parecía entenderme asintiendo con un movimiento de sus aletas frontales. Por mis clases de Biología en el colegio sabía de los estragos que estaba ejerciendo el sobrecalentamiento en las corrientes marinas que sirven de guía a estos cetáceos. Una vez en la borda de la lancha le propuse a la ballena un trato, yo las guiaría a Nuquí y ellas con sus fuertes coletazos nos empujarían de vuelta a casa; mi amigo me entendía. Con el GPS trazamos el rumbo a Nuquí, con mi brazos le indicaba a Odíseo, porque así era que se llamaba, el rumbo a seguir; todas las ballenas a medida que nadaban producían una corriente tal, que hacía estremecer nuestra lancha. Nuestra sociedad funcionó de maravillas y en los tres días siguientes alcanzamos nuestro objetivo, una vez allí fuimos reconocidos por el guardacostas que vino a nuestro rescate; Odiseo y yo nos dijimos adiós y cuando estábamos siendo remolcados a la orilla, a lo lejos pude ver a Odiseo y sus amigos saltar de alegría al encuentro con su amada Helena. La época del apareamiento en el Pacífico había comenzado justo a tiempo.
Por: Juan Felipe Restrepo Mesa
Cuando la puerta del avión se abrió sentí el aire cargado de humedad y pude ver la majestuosidad de la selva que empieza ahí mismo donde termina la arena de la playa. El vuelo a Bahía Solano desde el aeropuerto Olaya Herrera de la ciudad de Medellín dura 45 minutos aproximadamente. Dejando atrás La Cordillera Occidental Colombiana, la mayor parte del vuelo se hace sobre una inmensa sabana verde, atravesada por un serpenteante río Atrato. Mi padre solía bromear diciendo que si uno se caía en esa selva, no volvía a aparecer -“ni en la última página del periódico”-, así es la selva del Chocó Colombiano, densa, verde y agreste, uno de los lugares donde más llueve en el mundo.
Mis compañeros de viaje eran mis mejores amigos del colegio, juntos habíamos terminado el curso de buceo con tanques, y como ya habíamos cumplido los catorce años, mis papás nos permitieron viajar solos a pasar las vacaciones de mitad de año en la cabaña que tenemos en Bahía Solano. Rodolfo y Ana que han sido por años nuestros mayordomos y son personas en quienes mis padres tienen puesta toda su confianza nos esperaban en el aeropuerto. Rodolfo nació en Piñas y desde que tiene uso de razón ha navegado las turbulentas aguas del Océano Pacífico Chocoano. Ana, su mujer, ha trabajado desde niña con mi familia, ella me cuenta que fue mi abuelo, quien salvó su vida, cuando recién nacida junto a su madre fueron presa del paludismo y su abuela, la vieja Yoya la daba ya por muerta. Su madre no corrió con la misma suerte y murió víctima de las altas fiebres. Los antepasados de Rodolfo y Ana fueron esclavos que llegaron de África.
Mientras veía por la ventana del avión aquella mañana de Junio, pensaba en las palabras que mi padre me dijo mientras me subía al Aero-Commander bimotor que nos llevaría a Bahía. “Hijo, autonomía y responsabilidad son dos hermanas que siempre andarán juntas tomadas de la mano”. Lo que mas nos entusiasmaba a mis amigos y a mi, era el hecho de poder hacer avistamiento de Ballenas Yubartas, que por esta época del año arriban a las costa Pacífica a aparearse. Quince días de aventuras, pesca con Rodolfo, caminatas por la selva, inmersiones de buceo, y como si fuese poco, degustar las deliciosas comidas que nos haría Ana y en las noches escuchar las historias de la abuela Yoya, mientras fuma graciosamente su tabaco.
El día amaneció nublado como es costumbre en esta región del país, un leve aguacero refrescaba un poco el bochorno del ambiente; ansiosamente esperábamos en la playa a que Rodolfo terminase de preparar la lancha para irnos de pesca. En las mañanas la marea del Pacífico hace que el mar se retire casi un kilómetro de su distancia habitual, con lo cual queda al descubierto una gran cantidad de fauna marina, cangrejos azules, pececitos de colores y erizos de mar entre otros permanecen atrapados en pequeñas charcas, hasta que la marea vuelve a subir; hay cuatro cambios de marea de seis horas cada uno.
Por fin salimos de pesca. Desde que tengo uso de razón he tenido esa misma agradable sensación cuando se aceleran los motores, la brisa marina me inunda los sentidos y mi corazón late con todas las fuerzas. Lanzamos los cordeles al mar mientras una bandada de gaviotas surcaba el cielo y una manada de delfines moteados nadaba a toda velocidad a nuestro lado, saltando, dando volatines en el aire. Las varas se tensaron, y mientras doblábamos alrededor de Los Vidales, formaciones de rocas ígneas que en la mitad del mar como centinelas protegen la bahía, el chirrido del carretel nos anunciaba que un gran pez había mordido el señuelo y que el almuerzo venía en camino. Nuestra costa Pacífica es muy rica en pesca, por ser bañada por ramales de la corriente de Humbolt y es de esperar que toda presa que capturas sea una pieza de gran tamaño. Esta vez no fue la excepción y una Sierra Wahoo de metro y medio de largo casi nos saca a mis amigos y a mi del bote, de no ser por los cinturones de seguridad que nos mantenían sujetos a la lancha; Rodolfo muerto de la risa nos amenazaba con cortar el sedal si nos dejábamos ganar la pelea del animal. Abelito su hijo, de nuestra misma edad, se alistaba con un garfio a izar en la borda de la embarcación tamaña fiera; casi una hora de pelea nos dejaron exhaustos, decidimos entonces regresar a casa. La Wahoo terminó en la olla de Ana; degustamos el suculento almuerzo con patacones, arroz con coco, y medallones de Sierra sin imaginar siquiera que sería la última comida decente que tendríamos durante los siguientes ocho días.
El plan que teníamos para la tarde era bucear en el bajo “Galatea”; un cantil de unos sesenta pies de profundidad a unos treinta minutos de la cabaña. Cuando nos disponíamos a organizar los equipos de buceo, Abelito nos informó que Rodolfo se había tenido que ir a hacer una diligencia al pueblo y tendríamos que posponer la buceada para otro día. Lucas y Juancho se disgustaron y para ser honesto yo también, pues estábamos desesperados por meternos al mar, decidimos tomar el bote e ir nosotros con Abelito, al fin y al cabo, era a tan solo 30 minutos de la casa y ¿qué nos podría pasar? Una extraña sensación me recorrió mi cuerpo pues sabía que estaba cometiendo un grave error pero me negaba a reconocerlo. Encendí los dos motores, recogimos el ancla, y enfilamos la proa en dirección a “Galatea”.
Todo ocurrió con mucha rapidez; los motores se detuvieron enredados en un trasmallo, la ola nos golpeó de popa, la batería hizo corto, hubo una chispa y hasta se intentó formar un incendio que sofocamos rápidamente con el extintor de la lancha. Ninguno de nosotros tenía ni la más remota idea de cómo hacer funcionar de nuevo los motores y como tampoco teníamos electricidad la radio del bote estaba fuera de servicio. Los celulares tampoco funcionaban pues en esa región del país la telefonía celular es aún muy precaria; así que ahí estábamos cuatro adolescentes, a la deriva y en mitad del mar.
El único equipo que funcionaba era el GPS (Sistema de Geo Posicionamiento Global) que por ser a baterías no se dañó con el cortocircuito, éste me recordaba segundo a segundo que estábamos siendo arrastrados cada vez más lejos de casa hacia mar adentro. En mi mente aún resonaban los consejos de mi papá antes de montarme en el avión: “Manuel, antes de tomar cualquier decisión, piénsalo bien por lo menos tres veces”, y claro mi testarudez ni siquiera me permitió considerar los riesgos de tomar el bote sin permiso y sin Rodolfo. La tarde fue dando paso a la noche; no cesaba de llover, acurrucados nos acostamos en la proa de la lancha cubriéndonos con la carpa y un plástico que Rodolfo utilizaba para tapar los motores.
Me arrullé recordando una historia que la abuela Yoya nos contó la noche anterior, acerca de cómo su padre, el viejo Anastasio, cuando era un niño, había sido salvado de morir ahogado en el mar por una manada de ballenas Yubartas, y nos decía qué como era una persona muy buena y de noble corazón las ballenas le hablaban, y una de ellas, la que llamaban Caspian, le dijo que había sido muy valiente y que jamás lo iban a olvidar. Mis amigos y yo no hicimos más que burlarnos esa noche de lo absurdo de la historia, pero en medio de ese mar oscuro y bajo la inclemente lluvia, añoraba con todas las fuerzas de mi corazón que esa historia fuese cierta y que un grupo de ballenas viniera a salvarnos.
Lo de menos era el agua potable pues en el Pacífico no para de llover, ni la comida, pues los peces se saltaban dentro de la embarcación, lo preocupante era que la corriente nos seguía arrastrando hacia mar adentro a toda velocidad y en un par de días estaríamos frente a Nicaragua o El Salvador.
Pasó el segundo día y ni un barco ni un avión; a nuestro alrededor se observaba un mar de color café con toda suerte de objetos flotando en él, ramas de plátano, suelas de zapato, un pedazo de sombrilla, bolsas plásticas, una gaviota se erguía en lo que parecía una bacinilla y troncos gigantescos; decidimos pescar y Lucas atrapó un Mahi mahi. Lo subimos al bote, le quitamos las vísceras y nos lo comimos crudo. En baldes habíamos recogido suficiente agua dulce y además no había parado de lloviznar. En la noche cesó la lluvia y el cielo se despejó, jamás habíamos visto tantas estrellas, era verdaderamente hermoso. En el mar un fenómeno aún más increíble, millones de pequeños micro organismos planktónicos bío-luminiscentes hacían que la lancha pareciese suspendida en el cielo.
Mis amigos se durmieron y yo me quedé sumido en mis pensamientos sentado en la borda de lancha cuando sentí a mis espaldas un estruendo acompañando de surtidor de agua, era una gran ballena Yubarta justo al lado de nuestra embarcación. Era tal su tamaño que hacía ver nuestro bote como una pequeña cáscara de nuez. Por un instante nuestras miradas se cruzaron y en sus ojos pude ver la misma sensación de honda preocupación que me embargaba a mí en ese momento. Permanecimos uno al lado del otro por espacio de una par de horas, incluso me permitió que con mi mano rozara su enorme cabeza. Luego desapareció y yo me acosté con mis compañeros.
Al día siguiente, el segundo, cuando apenas comenzaba a despuntar la mañana, a lo lejos, como a unos 100 metros pude contar unas diez ballenas jorobadas. Parecían desorientadas, sin saber a donde ir, y lo que más nos llamó la atención es que todas nadaban en torno a una de ellas que parecía en problemas. Remamos con todas nuestras fuerzas y cuando llegamos al sitio efectivamente una de ellas estaba enredada en una especie de red sujeta a tramos de cables de acero; nosotros nos pusimos los equipos de buceo y nos sumergimos pero ya era demasiado tarde, la ballena había tragado mucha agua y prácticamente estaba muerta, pude reconocer el animal que me acompañó por dos horas la noche anterior y me sorprendió como intentaba por todos los medios mantener a flote al animal atrapado. Pudimos constatar que eran todos machos. Con nuestros cuchillos tratamos de liberar la cola del animal, pero ya no teníamos tiempo, y la vimos exhalar por última vez. Nuevamente los ojos de la ballena y los míos se cruzaron y pude ver la tristeza que la embargaba y si se me permite, creo que la vi llorar.
De vuelta en el bote nos acurrucamos en la proa a esperar que amainara un pertinaz aguacero. En la tercera noche de naufragio la ballena Yubarta volvió a acercarse a nuestro bote, sentí un impulso de meterme a nadar con ella, me puse la máscara de buceo, el snorkel y las aletas y me sumergí a su lado, su enorme cabeza me superaba en tamaño, me sostuve en su costado y creo que así estuvimos por un largo rato. –“Yo creo que estas perdido”- le dije, -“al igual que nosotros, estamos todos fuera de curso”-. Ella parecía entenderme asintiendo con un movimiento de sus aletas frontales. Por mis clases de Biología en el colegio sabía de los estragos que estaba ejerciendo el sobrecalentamiento en las corrientes marinas que sirven de guía a estos cetáceos. Una vez en la borda de la lancha le propuse a la ballena un trato, yo las guiaría a Nuquí y ellas con sus fuertes coletazos nos empujarían de vuelta a casa; mi amigo me entendía. Con el GPS trazamos el rumbo a Nuquí, con mi brazos le indicaba a Odíseo, porque así era que se llamaba, el rumbo a seguir; todas las ballenas a medida que nadaban producían una corriente tal, que hacía estremecer nuestra lancha. Nuestra sociedad funcionó de maravillas y en los tres días siguientes alcanzamos nuestro objetivo, una vez allí fuimos reconocidos por el guardacostas que vino a nuestro rescate; Odiseo y yo nos dijimos adiós y cuando estábamos siendo remolcados a la orilla, a lo lejos pude ver a Odiseo y sus amigos saltar de alegría al encuentro con su amada Helena. La época del apareamiento en el Pacífico había comenzado justo a tiempo.
lunes, 8 de noviembre de 2010
Exposición "El niño en la Ventana"
"...El sopor del medio día se ve interrumpido por el estropicio que produce ese amasijo de hierros carcomidos por el salitre. Entre la herrumbre y el oxido se logra advertir algo de lo que otrora fue pintura amarilla. Pongo mi albarca en e...l estribo, cuidando que de no cortarme la pantorrilla con un pedazo de latón, o de no meter la pata en el hueco a través del cual se ve la trilla del camino...."
El niño en la ventana. Cuento. Juan Felipe Restrepo M
"....De rodillas sobre una piedra iba apilando el montoncito de ropa para que no se ensuciara con el barro, una a una iba estregando y escurriendo las prendas de su uniforme de colegio, que si la camisa, que si la faldita, que si las medias, que si las braguitas, una rutina que cumplía cada tarde, o de lo contrario no tendría ropa para ponerse al día siguiente."
Bahía Solano. Departamento del Choco.
Diapositiva
Foto por Juan Felipe Restrepo
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